14 de febrero 2024
Miércoles de Ceniza
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Mientras recorremos las estaciones sagradas de nuestra fe, ninguna es más rigurosa que la Santa Temporada de Cuaresma. Durante este tiempo, la Iglesia nos exhorta a la oración, el ayuno y la limosna.
En mi Carta Cuaresmal de este año, me gustaría reflexionar con ustedes sobre la práctica del ayuno. Ya en el segundo siglo, el ayuno se había integrado en el estilo de vida de los Cristianos. El ayuno no es simplemente un ritual antiguo, sino una disciplina atemporal que profundiza nuestra relación espiritual con Dios.
En este acto de abnegación, emulamos el sacrificio de Cristo y cultivamos virtudes como la humildad y la templanza. El ayuno redirige nuestra atención de los deseos mundanos a las verdades eternas de nuestra fe, fomentando un espíritu de oración, santidad y caridad.
En el Nuevo Testamento, Jesús ayuna cuarenta días y noches en el desierto, modelando para nosotros el período de cuarenta días de la Cuaresma. Cuando los discípulos de Jesús se decepcionaron porque no podían expulsar a un cierto espíritu maligno, Él les dijo que "solo la oración y el ayuno pueden expulsar este tipo, nada más puede hacerlo". (Marcos 9:29).
Dado que la vida misma y la enseñanza de Nuestro Señor ejemplifican la práctica del ayuno, podemos concluir que un espíritu de negación es integral para la vida de un Cristiano y para vencer al Maligno. San Atanasio escribió: "Los demonios se deleitan en la saciedad y la embriaguez, y en el confort corporal. El ayuno posee gran poder y realiza cosas gloriosas. Ayunar es banquetear con los ángeles".
Cuando ayunamos, nos negamos a nosotros mismos cosas legítimas para poder dominar nuestros deseos en lugar de ser impulsados por ellos. El propósito espiritual del ayuno no debe vincularse al deseo – que puede ser loable por razones de salud – de perder peso. Espiritualmente, el ayuno está vinculado al deseo de hacer penitencia, que a su vez enfoca nuestra atención de manera más clara en la oración y la superación del pecado.
El ayuno es también un camino de solidaridad con los menos afortunados, lo que conduce a la práctica cuaresmal de la limosna/buenas obras. Es un recordatorio del hambre de justicia en nuestro mundo, especialmente en nuestro tiempo de menosprecio a la vida humana, de creciente marginación entre las personas y de conflictos multinacionales. Acerquémonos, entonces, valientemente a la disciplina del ayuno con sinceridad, buscando la renovación espiritual y una unión más estrecha con el Cristo sufriente.
Durante esta temporada de Cuaresma, abracemos el ayuno no como una carga, sino como un viaje espiritual transformador. Al renunciar voluntariamente a ciertas comodidades, podemos abrir nuestros corazones a la gracia de Dios y permitir que Su amor llene el vacío dejado por la indulgencia material.
Que la gracia de Dios nos guíe a través de esta Santa Temporada de ayuno, llevándonos a una experiencia más rica y profunda de Su amor y misericordia mientras "banqueteamos con los ángeles" en preparación para una Pascua gozosa.
Devotamente suyo en Cristo,
Muy Reverendo Alfred A. Schlert
Obispo de Allentown
Para las regulaciones de la Iglesia sobre ayuno y abstinencia, por favor haga clic aquí.