Reflexión sobre el Evangelio: VII Domingo de Pascua

Primera Lectura

Hechos 7, 55-60

En aquellos días, Esteban, lleno del Espíritu Santo, miró al cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús, que estaba de pie a la derecha de Dios, y dijo: “Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios”.

Entonces los miembros del sanedrín gritaron con fuerza, se taparon los oídos y todos a una se precipitaron sobre él. Lo sacaron fuera de la ciudad y empezaron a apedrearlo. Los falsos testigos depositaron sus mantos a los pies de un joven, llamado Saulo.

Mientras lo apedreaban, Esteban repetía esta oración: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”. Después se puso de rodillas y dijo con fuerte voz: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado”. Y diciendo esto, se durmió en el Señor.

Evangelio

Juan 17, 20-26

En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: “Padre, no sólo te pido por mis discípulos, sino también por los que van a creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti somos uno, a fin de que sean uno en nosotros y el mundo crea que tú me has enviado.

Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que su unidad sea perfecta y así el mundo conozca que tú me has enviado y que los amas, como me amas a mí.

Padre, quiero que donde yo esté, estén también conmigo los que me has dado, para que contemplen mi gloria, la que me diste, porque me has amado desde antes de la creación del mundo.

Padre justo, el mundo no te ha conocido; pero yo sí te conozco y éstos han conocido que tú me enviaste. Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que me amas esté en ellos y yo también en ellos’’.

Reflexión

Momentos después de escuchar el relato del martirio de San Esteban en nuestra primera lectura, oímos en el Evangelio la oración de Jesús para que todos los fieles sean uno. Aunque estos hechos no ocurrieron en este orden cronológico, podemos aprender mucho de la manera en que la Iglesia ha unido estas lecturas. Juntas, nos invitan a orar con Jesús frente a los conflictos religiosos del mundo, pidiendo al Padre que todos seamos uno en Cristo y que conozcamos el amor infinito que Dios tiene por cada uno.

Saulo y sus compañeros apedrearon a Esteban movidos por un deseo mal entendido y distorsionado de proteger su fe. No solo podemos inspirarnos en el heroico ejemplo de Esteban, sino que también esta historia nos recuerda que el odio hacia alguien por lo que cree es totalmente contrario al amor de Dios. Aunque dudo que alguno de nosotros haya literalmente apedreado a alguien por su religión u opiniones, ¿lo hemos hecho en nuestros corazones o con nuestras palabras? ¿Qué nos diría Jesús, quien oró para que todos los que creen en Él sean uno? Sí, debemos estar dispuestos a morir como Esteban por nuestra fe, pero nunca debemos causar daño como Saulo en nombre del fervor religioso.

El amor de Cristo, por su propia naturaleza, une, ya que la Trinidad misma es una unión de amor. La oración de Jesús en el Evangelio nos lleva a contemplar cómo se nos ofrece ese amor inconmensurable. Jesús promete darlo “a conocer, para que el amor con que me amas esté en ellos y yo también en ellos”. Este amor del Padre por el Hijo existe “desde antes de la creación del mundo”, y Jesús nos dice que está en nosotros y es para nosotros. Es un amor que sana, que crea, que renueva y que llena como nada más puede hacerlo. Ese amor transformó al Saulo que mató a Esteban en el Pablo que escribió las Escrituras, el Santo que, lleno del amor de Dios, pudo expresar en sus cartas—bajo la inspiración del Espíritu Santo—las verdades de la fe y del amor que aún hoy sostienen nuestra vida espiritual.

Somos bendecidos por conocer esta oración de Jesús por nosotros: que todos seamos uno en su amor infinito, unidos a Él en la gloria. Y nos llena de alegría confiar en que Dios responderá—y ya está respondiendo—a esa oración. Ya en los Sacramentos, especialmente en el Bautismo y la Sagrada Eucaristía, llegamos a ser verdaderamente un solo Cuerpo en Cristo. Vivamos cada día como lo que somos, mostrando el amor de Cristo que habita en nosotros a todos, incluso a quienes ponen a prueba nuestra fe.

Por favor tengan la certeza de mis oraciones por ustedes frente a Nuestro Señor, presente en el Santísimo Sacramento del Altar.

+ Obispo Schlert



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