Reflexión sobre el Evangelio: V Domingo de Pascua

Primera Lectura

Hechos 14, 21b-27

En aquellos días, volvieron Pablo y Bernabé a Listra, Iconio y Antioquía, y ahí animaban a los discípulos y los exhortaban a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios. En cada comunidad designaban presbíteros, y con oraciones y ayunos los encomendaban al Señor, en quien habían creído.

Atravesaron luego Pisidia y llegaron a Panfilia; predicaron en Perge y llegaron a Atalía. De ahí se embarcaron para Antioquía, de donde habían salido, con la gracia de Dios, para la misión que acababan de cumplir.

Al llegar, reunieron a la comunidad y les contaron lo que había hecho Dios por medio de ellos y cómo les había abierto a los paganos las puertas de la fe.

Evangelio

Juan 13, 31-33a. 34-35

Cuando Judas salió del cenáculo, Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará.

Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos’’.

Reflexión

En este quinto domingo de Pascua, el Evangelio nos recuerda que la gloria de Jesucristo no está solo en Su estado resucitado, cuando todo el sufrimiento ya ha quedado atrás. Más bien, cuando Judas deja a Jesús para comenzar su traición, Jesús dice: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre.” Cristo acepta libremente el sufrimiento y la muerte que tiene por delante, y este sacrificio lo glorificará “pronto”—y a Dios en Él. Esta verdad puede ser tanto un desafío como un consuelo para nosotros. Nos recuerda que el sufrimiento por amor—por Cristo—nos glorifica a nosotros y glorifica a Dios. Como nos recuerdan Pablo y Bernabé en la primera lectura: “hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios.” Todo lo que soportamos en esta vida nos convierte en seres que disfrutarán de una eternidad en el Cielo. Además, los frutos de ese sacrificio comienzan a florecer de inmediato, aunque no siempre los veamos.

Jesús continúa diciendo: “que se amen los unos a los otros, como yo los he amado.” Él acaba de demostrar lo que significa amar como Él: es abrazar la misión de Dios para ti y convertirte en un regalo de amor para los demás, glorificando a Dios en y a través de la dificultad. Amar como Jesús es amar a los demás incluso cuando ellos te causan dolor. Jesús bien podría haber dicho: “Ámense unos a otros como yo he amado a Judas.” El amor cristiano busca dar, y no depende de lo que el otro haya hecho o pueda hacer por nosotros.

No, este llamado a amar no significa que debamos buscar o permanecer en situaciones abusivas. A veces, es necesario distanciarse de ciertas personas para mantener una vida espiritual saludable. Sin embargo, amar a los demás como Cristo nos ama sí significa que no debemos sumergirnos en el resentimiento, retener la misericordia, ni negarnos a ser generosos con aquellos que nos han herido. Reconocemos que la traición, el dolor y las dificultades son medios para glorificar a Dios, y así, con la ayuda de Dios, podemos elevarnos por encima de cualquier daño y amar a través de cualquier herida.

Hoy te invito a orar por aquellos que te han herido. Pide a Dios la gracia de amarlos como Él los ama, de amarlos como Él nos ama.

Por favor tengan la certeza de mis oraciones por ustedes frente a Nuestro Señor, presente en el Santísimo Sacramento del Altar.

+ Obispo Schlert



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