Segunda Lectura
Heb 4, 12-13
Hermanos: La palabra de Dios es viva, eficaz y más penetrante que una espada de dos filos. Llega hasta lo más íntimo del alma, hasta la médula de los huesos y descubre los pensamientos e intenciones del corazón. Toda creatura es transparente para ella. Todo queda al desnudo y al descubierto ante los ojos de aquel a quien debemos rendir cuentas.
Evangelio
Mc 10, 17-30
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó corriendo un hombre, se arrodilló ante él y le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” Jesús le contestó: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, no cometerás fraudes, honrarás a tu padre y a tu madre”.
Entonces él le contestó: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde muy joven”. Jesús lo miró con amor y le dijo: “Sólo una cosa te falta: Ve y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos. Después, ven y sígueme”. Pero al oír estas palabras, el hombre se entristeció y se fue apesadumbrado, porque tenía muchos bienes.
Jesús, mirando a su alrededor, dijo entonces a sus discípulos: “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!” Los discípulos quedaron sorprendidos ante estas palabras; pero Jesús insistió: “Hijitos, ¡qué difícil es para los que confían en las riquezas, entrar en el Reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios”.
Ellos se asombraron todavía más y comentaban entre sí: “Entonces, ¿quién puede salvarse?” Jesús, mirándolos fijamente, les dijo: “Es imposible para los hombres, mas no para Dios. Para Dios todo es posible”.
Entonces Pedro le dijo a Jesús: “Señor, ya ves que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte”.
Jesús le respondió: “Yo les aseguro: Nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, dejará de recibir, en esta vida, el ciento por uno en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, junto con persecuciones, y en el otro mundo, la vida eterna”.
Reflexión
En el Evangelio de hoy, Cristo mira al joven rico y lo ama. A través de esta mirada amorosa, Jesús lo ve en toda su plenitud. Reconoce en él los buenos hábitos, pero también ve los apegos que podrían impedirle entrar en el Reino Celestial. El amor perfecto de Jesús le otorga un entendimiento perfecto de este joven, y de todos los hijos de Dios.
La segunda lectura dice que "todo queda al desnudo y al descubierto ante los ojos de aquel a quien debemos rendir cuentas". Eventualmente, todos nosotros pasaremos por un juicio final, y podemos imaginar ese momento como este episodio con el hombre rico. Estaremos ante Cristo, y Él verá todo lo bueno en nosotros con enternecimiento, conscientes de los mandamientos que hemos seguido y de todo lo que nos esforzamos por ser.
Pero también verá lo que nos falta.
Quizás nos falta lo mismo que a este personaje del Evangelio. La interacción entre Jesús y el hombre rico nos invita a reflexionar sobre si nuestras posesiones nos conducen a la gratitud y la generosidad, o si, por el contrario, fomentan el egoísmo. Pero quizás estemos sujetos a otro vicio. Tal vez sentimos resentimiento por heridas del pasado, o quizás nos aferramos a sueños de lo que creemos que "debería" ser, en lugar de aceptar la vida a la que Dios nos está llamando. También nosotros deberíamos acercarnos a Cristo y pedirle que nos revele lo que necesitamos hacer para heredar la vida eterna.
Roguemos a Dios por su gracia salvadora, poniendo nuestra fe en la verdad de que "para Dios todo es posible". Ya sea nuestras posesiones, ego o pereza, pidámosle que nos libere de esa "cosa" que nos impide heredar el Reino. Pidamos también por el valor para seguirlo.
Finalmente, en lugar de sucumbir a la alarma o al escrúpulo, recordemos también que Dios nos mira—siempre—con amor, y atesora cada uno de nuestros esfuerzos. Como nos recuerda el salmo responsorial, "¡Llénanos de tu amor por la mañana y júbilo será la vida toda!" Esa mirada amorosa, que nos conoce tan profundamente, es nuestro consuelo y júbilo, así como nuestro juicio. Podemos confiar en la misericordia y en la justicia de Dios.
Por favor tengan la certeza de mis oraciones por ustedes frente a Nuestro Señor, presente en el Santísimo Sacramento del Altar.
+ Obispo Schlert