Primera Lectura
Gn 2, 18-24
En aquel día, dijo el Señor Dios: “No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle a alguien como él, para que lo ayude”. Entonces el Señor Dios formó de la tierra todas las bestias del campo y todos los pájaros del cielo y los llevó ante Adán para que les pusiera nombre y así todo ser viviente tuviera el nombre puesto por Adán.
Así, pues, Adán les puso nombre a todos los animales domésticos, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo; pero no hubo ningún ser semejante a Adán para ayudarlo.
Entonces el Señor Dios hizo caer al hombre en un profundo sueño, y mientras dormía, le sacó una costilla y cerró la carne sobre el lugar vacío. Y de la costilla que le había sacado al hombre, Dios formó una mujer. Se la llevó al hombre y éste exclamó:
“Ésta sí es hueso de mis huesos
y carne de mi carne.
Ésta será llamada mujer,
porque ha sido formada del hombre”.
Por eso el hombre abandonará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola cosa.
Evangelio
Mc 10, 2-16
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: “¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su esposa?”
Él les respondió: “¿Qué les prescribió Moisés?” Ellos contestaron: “Moisés nos permitió el divorcio mediante la entrega de un acta de divorcio a la esposa”. Jesús les dijo: “Moisés prescribió esto, debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio, al crearlos, Dios los hizo hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y serán los dos una sola cosa. De modo que ya no son dos, sino una sola cosa. Por eso, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”.
Ya en casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre el asunto. Jesús les dijo: “Si uno se divorcia de su esposa y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio”.
Después de esto, la gente le llevó a Jesús unos niños para que los tocara, pero los discípulos trataban de impedirlo.
Al ver aquello, Jesús se disgustó y les dijo: “Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios es de los que son como ellos. Les aseguro que el que no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él”.
Después tomó en brazos a los niños y los bendijo imponiéndoles las manos.
Reflexión
Las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy nos recuerdan que Dios está activo en el Sacramento del Matrimonio. Esta unión de una sola carne entre marido y mujer fue diseñada por nuestro Creador, como leemos en nuestra primera lectura. Aunque el matrimonio es una práctica única de los seres humanos, trasciende el esfuerzo y la costumbre humana. El matrimonio es más que un hombre y una mujer que desean unirse—Dios mismo los hace uno.
Jesús refuerza la indisolubilidad del matrimonio. Dice que “lo que Dios unió, que no lo separe el hombre,” y fue por la dureza de sus corazones que Moisés escribió este mandamiento para los israelitas, permitiendo así el divorcio.
Hoy en día, podemos observar la creciente tasa de divorcios en nuestro país y pensar: ¡seguramente nuestros corazones aún están endurecidos! Si los israelitas en la época de Moisés tuvieron un permiso para el divorcio debido a su debilidad y dureza de corazón, ¿por qué Jesús no nos concede la misma acomodación? ¿Qué ha cambiado?
Lo tenemos a Él. Por muy ingenuo que suene, es una verdad profunda. Si reconocemos que la existencia y la fortaleza del matrimonio provienen de Dios, podemos ver cómo el hecho de que el Hijo de Dios se haya hecho hombre y haya reunido a los seres humanos con el Padre es una ventaja más allá de cualquier cosa que los israelitas del Antiguo Testamento tuvieron.
Jesús ha asumido todo el pecado y el quebrantamiento humano y lo ha conquistado, incluyendo la ruptura que se puede encontrar en las relaciones humanas. Si se lo permitimos, puede erradicar la dureza de nuestros corazones.
Dicho esto, nuestra Iglesia permite la anulación en ciertos casos. El Espíritu Santo nos ha guiado para reconocer que los seres humanos, pecadores como somos, podemos entrar en el matrimonio sin la disposición adecuada de intención. En esos casos, Dios, aunque ama y bendice a la pareja, no los ha unido en un vínculo indisoluble (irrompible). Esta enseñanza muestra que Nuestro Señor responde con misericordia a las fallas humanas, como siempre lo ha hecho.
Incluso en aquellos casos donde la pareja está adecuadamente dispuesta y casada sacramentalmente, vivir la enseñanza de Cristo requiere una total dependencia de la gracia, oración frecuente, Confesión regular y Comunión Sagrada, y un espíritu humilde. Oremos por matrimonios santos. Volvamos al Sagrado Corazón de Jesús y pidámosle que bendiga a los casados, encienda sus corazones y los lleve al Cielo juntos.
Por favor tengan la certeza de mis oraciones por ustedes frente a Nuestro Señor, presente en el Santísimo Sacramento del Altar.
+ Obispo Schlert