Noticias de la Diócesis de Allentown

Reflexión sobre el Evangelio: VI Domingo Ordinario

Primera lectura

Jeremίas 17, 5-8

Esto dice el Señor:
“Maldito el hombre que confía en el hombre,
que en él pone su fuerza
y aparta del Señor su corazón.
Será como un cardo en la estepa,
que nunca disfrutará de la lluvia.
Vivirá en la aridez del desierto,
en una tierra salobre e inhabitable.

Bendito el hombre que confía en el Señor
y en él pone su esperanza.
Será como un árbol plantado junto al agua,
que hunde en la corriente sus raíces;
cuando llegue el calor, no lo sentirá
y sus hojas se conservarán siempre verdes;
en año de sequía no se marchitará
ni dejará de dar frutos”.

Salmo Responsorial

Del Salmo 1

R. (Sal 39, 5a) Dichoso el hombre que confía en el Señor.
Dichoso aquel que no se guía
por mundanos criterios,
que no anda en malos pasos
ni se burla del bueno,
que ama la ley de Dios
y se goza en cumplir sus mandamientos. R.
R. Dichoso el hombre que confía en el Señor.
Es como un árbol plantado junto al río,
que da fruto a su tiempo
y nunca se marchita.
En todo tendrá éxito. R.
R. Dichoso el hombre que confía en el Señor.
En cambio los malvados
serán como la paja barrida por el viento.
Porque el Señor protege el camino del justo
y al malo sus caminos acaban por perderlo. R.
R. Dichoso el hombre que confía en el Señor.

Evangelio

Lucas 6, 17. 20-26

En aquel tiempo, Jesús descendió del monte con sus discípulos y sus apóstoles y se detuvo en un llano. Allí se encontraba mucha gente, que había venido tanto de Judea y de Jerusalén, como de la costa de Tiro y de Sidón.

Mirando entonces a sus discípulos, Jesús les dijo:
“Dichosos ustedes los pobres,
porque de ustedes es el Reino de Dios.
Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre,
porque serán saciados.
Dichosos ustedes los que lloran ahora,
porque al fin reirán.

Dichosos serán ustedes cuando los hombres los aborrezcan y los expulsen de entre ellos, y cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo. Pues así trataron sus padres a los profetas.

Pero, ¡ay de ustedes, los ricos,
porque ya tienen ahora su consuelo!
¡Ay de ustedes, los que se hartan ahora,
porque después tendrán hambre!
¡Ay de ustedes, los que ríen ahora,
porque llorarán de pena!
¡Ay de ustedes, cuando todo el mundo los alabe,
porque de ese modo trataron sus padres a los falsos profetas!”

Reflexión

Las lecturas de hoy explican que, si basamos nuestro bienestar en otras personas o en bienes materiales, nunca estaremos satisfechos, y nuestra felicidad inevitablemente se desmoronará. Nuestra prioridad, como seguidores de Cristo, debe ser la alegría invencible de la Vida Eterna, y no la comodidad en la existencia mortal.

Cuando Jesús habla de los “dichosos”, no se refiere únicamente al favor de Dios, sino también a esa verdadera felicidad y florecimiento que todos anhelamos. Las condiciones para florecer no son las que el mundo espera. Este mensaje del Evangelio puede inquietarnos, pero ese es precisamente el punto. La vida cristiana no está destinada a ser cómoda, y la comodidad no equivale a la felicidad. Seguir a Cristo significa entregarle nuestra vida, renunciar a nuestros apegos y convertirnos en ofrendas de amor.

Jesús subvierte nuestras expectativas al afirmar que los pobres están floreciendo. Los pobres están tan cerca de Cristo—quien mismo fue pobre y marginado—que el Reino de los Cielos les pertenece. Dios es tan bondadoso que puede tomar el sufrimiento y transformarlo en un medio para alcanzar la felicidad y el deleite eterno. Con estas palabras, Jesús deja claro que la definición mundana del éxito no es la Suya.

Jesús también dice que a los ricos solo les servirá de consuelo su propia riqueza. Como hemos visto, las riquezas son finitas e insuficientes para saciar nuestros anhelos más profundos. Confiar únicamente en ellas para alcanzar la felicidad es quedar privado de la posibilidad de una dicha verdadera. Esta idea es a lo que se refiere Jeremías en nuestra primera lectura, cuando dice: “Maldito el hombre que confía en el hombre…vivirá en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhabitable.” En última instancia, centrarse en la seguridad mundana nos deja en en una tierra salobre e inhabitable. Si nuestra riqueza nos tienta a pensar que no estamos en una necesidad desesperada—de Dios, de Su gracia y de Su amor—entonces esa opulencia resulta lamentable.

Este Evangelio no quiere decir que cosas como la comida, la risa y el dinero sean intrínsecamente malas. Más bien, son temporales e insuficientes para alcanzar la verdadera bienaventuranza, y pueden fácilmente desviarnos del camino que conduce al Cielo. Nuestro Salmo Responsorial resume el mensaje de hoy: “Dichoso el hombre que confía en el Señor.” La confianza en el Señor, entendida en su justa medida, no anula nuestras esperanzas y deseos mundanos más modestos, sino que los ordena y los subordina a la esperanza y al anhelo supremos de alcanzar el Cielo. Si todo lo que hacemos, poseemos y deseamos no está orientado hacia la santidad, entonces no tenemos nada en absoluto.

Pidamos a Dios el don de Su esperanza, para que nuestros deseos nos orienten hacia el Cielo y nuestra pobreza y llanto se transformen en gloria y regocijo.

Por favor tengan la certeza de mis oraciones por ustedes frente a Nuestro Señor, presente en el Santísimo Sacramento del Altar.

+ Obispo Schlert



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