Primera Lectura
1 Sm 1, 20-22. 24-28
En aquellos días, Ana concibió, dio a luz un hijo y le puso por nombre Samuel, diciendo: “Al Señor se lo pedí”. Después de un año, Elcaná, su marido, subió con toda la familia para hacer el sacrificio anual para honrar al Señor y para cumplir la promesa que habían hecho, pero Ana se quedó en su casa.
Un tiempo después, Ana llevó a Samuel, que todavía era muy pequeño, a la casa del Señor, en Siló, y llevó también un novillo de tres años, un costal de harina y un odre de vino.
Una vez sacrificado el novillo, Ana presentó el niño a Elí y le dijo: “Escúchame, señor: te juro por mi vida que yo soy aquella mujer que estuvo junto a ti, en este lugar, orando al Señor. Éste es el niño que yo le pedía al Señor y que él me ha concedido. Por eso, ahora yo se lo ofrezco al Señor, para que le quede consagrado de por vida”. Y adoraron al Señor.
Evangelio
Lc 2, 41-52
Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén para las festividades de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, fueron a la fiesta, según la costumbre. Pasados aquellos días, se volvieron, pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que sus padres lo supieran. Creyendo que iba en la caravana, hicieron un día de camino; entonces lo buscaron, y al no encontrarlo, regresaron a Jerusalén en su busca.
Al tercer día lo encontraron en el templo, sentado en medio de los doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que lo oían se admiraban de su inteligencia y de sus respuestas. Al verlo, sus padres se quedaron atónitos y su madre le dijo: “Hijo mío, ¿por qué te has portado así con nosotros? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia”. Él les respondió: “¿Por qué me andaban buscando? ¿No sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?” Ellos no entendieron la respuesta que les dio. Entonces volvió con ellos a Nazaret y siguió sujeto a su autoridad. Su madre conservaba en su corazón todas aquellas cosas.
Jesús iba creciendo en saber, en estatura y en el favor de Dios y de los hombres.
Reflexión
Entre las múltiples opciones para las lecturas de hoy, la historia de la familia de Ana en el templo complementa perfectamente el Evangelio de hoy. Estos dos episodios pintan retratos paralelos de familias santas, sirviendo de modelo para nosotros sobre el matrimonio amoroso, la paternidad y la infancia en esta Fiesta de la Sagrada Familia.
Ni Elcaná ni José pronuncian una palabra en estas lecturas. Ellos demuestran que ser la cabeza de familia no tiene nada que ver con la dominación o el poder. Ambos, aunque callados, tienen una presencia fuerte en estas historias de apoyo a sus esposas e hijos. Elcaná acepta el plan de Ana de ofrecer su hijo a Dios sin cuestionarlo, y la acompaña a sacrificar el toro el día de la presentación. De manera similar, podemos imaginar a José constantemente al lado de María, mientras el Evangelio describe cómo “ellos” viajaron, buscaron a Jesús y lo encontraron. Un esposo amoroso, y de la misma manera un líder eficaz, es un hombre que facilita el florecimiento de los demás, en lugar de tratar de sobreponerse a ellos.
María y Ana muestran cómo una esposa amorosa busca establecer unidad con su esposo. Ana quiere que Elcaná entienda sus deseos y planes, tomándose el tiempo para explicarle sus convicciones. María habla de cómo ella y José son de un mismo pensamiento: “¿por qué te has portado así con nosotros?” dice. “Tu Padre y yo te hemos estado buscando…” Como vemos en estos pasajes, una esposa santa busca unir su corazón y sus planes con los de su esposo, fomentando una relación de entendimiento mutuo y un propósito compartido.
María muestra que ser un buen y santo padre de familia no requiere tener todas las respuestas. No hace falta tener teología perfecta ni resolver todos los problemas de manera impecable, solo hace falta confiar. En el Evangelio, nuestra Santísima Madre, que nunca pecó, se muestra ansiosa y confundida. Su santidad se hace evidente: en medio de esa incertidumbre, optó por meditar estos recuerdos del niño Jesús en su corazón. En lugar de reaccionar con enojo, mantuvo una confianza llena de oración en su Hijo, Nuestro Señor.
Tanto Ana como María nos enseñan la lección esencial de que amar a un hijo no es sofocarlo ni aferrarse a él o ella. Amar a un hijo es ofrecerlo completamente a Dios. Ambas mujeres dejan a sus hijos en el templo—Ana con propósito, María accidentalmente. Pero María “deja” a Jesús con Dios a lo largo de toda su vida, apoyando Su misión divina a pesar de todo el sacrificio que ello implicaba. Y sabemos que ambas historias continúan, no con los dos hijos perdidos para siempre, sino con su presencia e impacto en el mundo ampliándose. Samuel se convirtió en profeta. Jesús redimió a la humanidad. Dios, en Su bondad, nos devuelve todo lo que le ofrecemos, embellecido y magnificado de maneras que tal vez no comprendamos.
La clara conexión entre Jesús y Samuel en estas historias es que ambos permanecen en el templo. Dicho de manera simple: para crecer en sabiduría y santidad, debemos permanecer en la casa del Señor y en comunión con Él—uniéndonos a Él en la Santa Eucaristía y esforzándonos por conocerlo, amarlo y servirlo.
Oremos para que, por la intercesión de la Sagrada Familia, nuestro amor sacrificado y nuestra confianza en la providencia de Dios se profundicen hoy y siempre.
Por favor tengan la certeza de mis oraciones por ustedes frente a Nuestro Señor, presente en el Santísimo Sacramento del Altar.
+ Obispo Schlert