Cuando ves la frase "ten esperanza" estampado en cursiva en una taza de Hobby Lobby, ¿alguna vez te preguntas: por qué debería tener esperanza? A veces, las tensiones en nuestras vidas son tan grandes que el mensaje alegre de una taza no consigue animarnos.
Este año es un Año Jubilar en la Iglesia Católica, y el Papa Francisco ha seleccionado el tema "Peregrinos de la Esperanza". ¿No es este tema del Jubileo mejor que una pieza de vajilla trivial? ¿Cómo podemos forzarnos a un estado de brillante positivismo durante todo un año?
Para abrazar nuestro llamado cristiano a la esperanza, necesitamos entender la diferencia entre la esperanza como pasión y como virtud. La virtud de la esperanza no es optimismo, y es más que el sentimiento de desear algún bien futuro. Más bien, es un don de Dios que nos ancla en una confianza firme y nos impulsa hacia nuestro deseo y felicidad supremos: la Vida Eterna.
El tema del Jubileo puede ayudarnos a entender mejor la virtud de la esperanza, porque todos somos peregrinos en esta vida. Los seres humanos estamos en un viaje: hacia el siguiente buen trabajo, el siguiente gran acontecimiento, la casa soñada. Las personas somos impulsadas por deseos apilados—pequeñas esperanzas sobre pequeñas esperanzas de que cualquier cosa "siguiente o futura” que esperemos nos traerá la felicidad que anhelamos.
Durante el Año Jubilar de la Esperanza, todos los miembros de la Iglesia estamos invitados a peregrinar a las Puertas Santas designadas y recibir indulgencia plenaria. Pero también estamos peregrinando hacia las Puertas más Santas, las Puertas del Cielo. Dios puso un deseo de felicidad en nuestros corazones, y nos da el don de la esperanza para que podamos aprender a reconocer que la vida eterna con Él es la única felicidad que satisfará nuestros deseos infinitos. La virtud teologal de la esperanza recoge y purifica el sentimiento de querer "más" o querer lo "siguiente" y nos enseña a desear nuestro destino, el Cielo.
La esperanza nos protege contra dos extremos pecaminosos: la presunción y la desesperación. Esta virtud nos recuerda que nuestra meta final es difícil de alcanzar y nos da la humildad para rogar a Dios su ayuda. Pero también nos fortalece y nos recuerda cuán amados somos y siempre seremos, y que tenemos un Padre celestial que quiere ayudarnos a alcanzar nuestra patria celestial. La esperanza debe estar, por tanto, arraigada en la fe, ya que la fe ofrece la certeza de un Dios amoroso y la posibilidad de la felicidad eterna con Él.
En su encíclica Spe Salvi, el Papa Benedicto XVI señaló a Santa Josefina Bakhita como modelo de esperanza. Esta mujer heroica fue esclavizada y maltratada durante años. Sin embargo, ella dijo: "Soy definitivamente amada y pase lo que pase—soy esperada por este Amor. Así que mi vida es buena". Esta Santa reconoció cuán amada era, en su momento presente y seguramente, incluso en los momentos más duros de su vida. Luego confió en que este amor continuaría, y que la plenitud del Amor la esperaba en el Cielo. Como dijo Benedicto XVI: "La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando 'hasta el extremo', 'hasta el total cumplimiento'".
Aunque nuestras vidas están llenas de esperanzas menores que nos impulsan día a día, son insuficientes. Esperar un mejor trabajo no es suficiente para hacer significativa la taza de Hobby Lobby. La única esperanza verdadera e inconquistable es la esperanza de Dios y en Dios—llevándonos a Dios. Todos somos Peregrinos de la Esperanza, no solo en 2025, sino hasta que el viaje de nuestras vidas esté completo.
Por Genevieve O'Connor, Especialista en Comunicaciones y Ministro de Pastoral Universitaria de Muhlenberg College, Allentown. Tiene una Maestría en Teología Moral de la Universidad de Notre Dame, Indiana, y una Maestría en Escritura Creativa de la Universidad DeSales, Center Valley.