Noticias de la Diócesis de Allentown

Reflexión sobre el Evangelio: IV Domingo de Cuaresma

Segunda Lectura

2 Corintios 5, 17-21

Hermanos: El que vive según Cristo es una creatura nueva; para él todo lo viejo ha pasado. Ya todo es nuevo.

Todo esto proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y que nos confirió el ministerio de la reconciliación. Porque, efectivamente, en Cristo, Dios reconcilió al mundo consigo y renunció a tomar en cuenta los pecados de los hombres, y a nosotros nos confió el mensaje de la reconciliación. Por eso, nosotros somos embajadores de Cristo, y por nuestro medio, es Dios mismo el que los exhorta a ustedes. En nombre de Cristo les pedimos que se dejen reconciliar con Dios.

Al que nunca cometió pecado, Dios lo hizo “pecado” por nosotros, para que, unidos a él, recibamos la salvación de Dios y nos volvamos justos y santos.

Evangelio

Lucas 15, 1-3. 11-32

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Éste recibe a los pecadores y come con ellos”.

Jesús les dijo entonces esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me toca’. Y él les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a padecer necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.

Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’.

Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’.

Pero el padre les dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete.

El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: ‘Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.

Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.

El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’ ”.

Reflexión

En este cuarto domingo de Cuaresma, reflexionamos acerca de cómo Nuestro Dios constantemente busca la manera en que nos reconciliemos con Él, y Él toma con gusto nuestro arrepentimiento. Podemos sentirnos agobiados por nuestros incesantes fracasos, y la cuenta de nuestros pecados y debilidades puede parecer demasiado grande como para que Dios se alegre siempre de nuestros intentos por renovarnos y adorarle. Sin embargo, su famosa parábola del Hijo Pródigo nos enseña que un paso en la dirección correcta es suficiente para hacer que Dios Padre corra a nosotros con compasión y alegría.

En esta historia el hijo menor ha despilfarrado todas sus bendiciones en actividades deplorables. Al pedir su parte de la herencia mientras su padre aún estaba vivo, el más joven prácticamente le dijo a su padre que lo preferiría muerto. El hijo insultó al hombre al que le debía todo - y rápidamente perdió todo lo que había recibido. A pesar de eso, tan pronto como se dispuso a regresar “cuando aún estaba lejos”, su padre corrió a encontrarlo, y organizó una gran fiesta en su honor.

Dos veces, el padre compara la partida y el regreso de su hijo con la muerte y la vida. Al incluir este detalle, Jesús nos muestra que Él considera la diferencia entre una vida pecaminosa y un corazón contrito como la diferencia entre la muerte y la vida. Como San Pablo escribe en la segunda lectura, “El que vive según Cristo es una creatura nueva…” Cuando nos unimos (o reunimos) a Jesús, Nuestro Dios, somos hechos nuevos. Volver a Dios con humilde arrepentimiento es participar en Su resurrección, y evoca celebración en el Cielo.

No importa cuántas veces fracasemos, y no importa el tamaño y la cantidad de nuestros pecados, no tenemos razón para desesperarnos o temer. Dios anhela que volvamos a Él, y celebrará nuestro regreso con nosotros—cada vez. Nuestra segunda lectura enfatiza que Dios se hizo hombre por nosotros, con el propósito de reconciliarnos con Él mismo. Cada vez que buscamos la reconciliación, volvemos a entrar en la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. ¿Cómo podríamos temer que nuestra debilidad sea demasiado grande?

Les suplico que nunca hagan caso a la tentación de creer que nuestro ciclo de pecado y arrepentimiento cansa a Nuestro Señor. Confiemos en el Padre que nos ama y busca llevarnos siempre hacia Él. Juntos, podemos regocijarnos con Él por la nueva vida y el nuevo comienzo que constantemente nos ofrece.

Por favor tengan la certeza de mis oraciones por ustedes frente a Nuestro Señor, presente en el Santísimo Sacramento del Altar.

+ Obispo Schlert



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