Segunda lectura
Ef 5, 15-20
Hermanos: Tengan cuidado de portarse no como insensatos, sino como prudentes, aprovechando el momento presente, porque los tiempos son malos.
No sean irreflexivos, antes bien, traten de entender cuál es la voluntad de Dios. No se embriaguen, porque el vino lleva al libertinaje. Llénense, más bien, del Espíritu Santo; expresen sus sentimientos con salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando con todo el corazón las alabanzas al Señor. Den continuamente gracias a Dios Padre por todas las cosas, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Evangelio
Jn 6, 51-58
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: "Yo soy el pan vivo, que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne, para que el mundo tenga vida".
Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?"
Jesús les dijo: "Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí.
Éste es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre''.
Reflexión
Tanto la segunda lectura como el Evangelio de hoy incluyen mandamientos para transformar nuestras vidas, y podemos vivir el llamado de ambos pasajes participando en la Santa Misa con toda nuestra atención y devoción.
En el Evangelio, Jesús refuerza Su insistencia en que “si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes.” Su carne es verdadera comida y Su sangre es verdadera bebida; la necesitamos. En la Santa Misa, podemos hacer caso a Sus palabras y participar de esta comida celestial, recibiendo el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús en la Sagrada Eucaristía.
En la segunda lectura, escuchamos el mandato: “llénense, más bien, del Espíritu Santo; expresen sus sentimientos con salmos, himnos y cánticos espirituales.... den continuamente gracias a Dios Padre por todas las cosas...” Aceptamos este llamado en la Santa Misa, donde recitamos los salmos y cantamos himnos de alabanza.
De manera profunda, la Santa Misa responde a la invitación de la lectura de dar gracias “continuamente...por todas las cosas.” La palabra “Eucaristía” se traduce como “acción de gracias,” y en la mayoría de los prefacios de la Misa repetimos casi esas mismas palabras de la lectura: “En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar.” Solo Jesús, Dios mismo encarnado, es capaz de agradecer a Dios infinitamente, es decir, “continuamente...por todas las cosas.” Por lo tanto, debemos unirnos a Su ofrenda perfecta a través de la Sagrada Eucaristía.
Obedecemos humildemente la Palabra de Dios y cumplimos nuestro deber y salvación a través de la Santa Misa. Oremos por la gracia de Dios para continuar ese sacrificio salvador cada día, llevando la abundancia de gracias que recibimos en la Sagrada Comunión a nuestro trabajo diario. De esta manera, podemos vivir no como "irreflexivos", sino como sabios, permaneciendo en Jesús no solo durante los minutos después de recibir la Hostia, sino siempre y en todo lugar.
Por favor tengan la certeza de mis oraciones por ustedes frente a Nuestro Señor, presente en el Santísimo Sacramento del Altar.
+ Obispo Schlert