Segunda lectura
Gálatas 6, 14-18
Hermanos: No permita Dios que yo me gloríe en algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo. Porque en Cristo Jesús de nada vale el estar circuncidado o no, sino el ser una nueva creatura.
Para todos los que vivan conforme a esta norma y también para el verdadero Israel, la paz y la misericordia de Dios. De ahora en adelante, que nadie me ponga más obstáculos, porque llevo en mi cuerpo la marca de los sufrimientos que he pasado por Cristo.
Hermanos, que la gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con ustedes. Amén.
Evangelio
Lucas 10, 1-12. 17-20
En aquel tiempo, Jesús designó a otros setenta y dos discípulos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir, y les dijo: “La cosecha es mucha y los trabajadores pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos. Pónganse en camino; yo los envío como corderos en medio de lobos. No lleven ni dinero, ni morral, ni sandalias y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Cuando entren en una casa digan: ‘Que la paz reine en esta casa’. Y si allí hay gente amante de la paz, el deseo de paz de ustedes se cumplirá; si no, no se cumplirá. Quédense en esa casa. Coman y beban de lo que tengan, porque el trabajador tiene derecho a su salario. No anden de casa en casa. En cualquier ciudad donde entren y los reciban, coman lo que les den. Curen a los enfermos que haya y díganles: ‘Ya se acerca a ustedes el Reino de Dios’.
Pero si entran en una ciudad y no los reciben, salgan por las calles y digan: ‘Hasta el polvo de esta ciudad, que se nos ha pegado a los pies nos lo sacudimos, en señal de protesta contra ustedes. De todos modos, sepan que el Reino de Dios está cerca’. Yo les digo que en el día del juicio, Sodoma será tratada con menos rigor que esa ciudad”.
Los setenta y dos discípulos regresaron llenos de alegría y le dijeron a Jesús: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre”.
Él les contestó: “Vi a Satanás caer del cielo como el rayo. A ustedes les he dado poder para aplastar serpientes y escorpiones y para vencer toda la fuerza del enemigo, y nada les podrá hacer daño. Pero no se alegren de que los demonios se les someten. Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo”.
Reflexión
En el Evangelio de hoy, Jesús envía a sus discípulos a anunciar la Buena Nueva, y les da instrucciones claras sobre cómo hacerlo. Les dice qué llevar, qué decir y cómo comportarse. En contraste, muchos de nosotros, aunque sabemos que tenemos una misión de parte de Dios, sentimos que nos falta un plan. “Si tan solo Jesucristo me explicara el proceso”, podríamos pensar, “entonces podría evangelizar y superar cualquier duda en el camino”.
Es cierto que no todos recibiremos indicaciones tan específicas como las que escucharon los setenta y dos, ni muchos de nosotros tendremos el don de curar enfermos o expulsar demonios. Pero sí podemos tomar de este Evangelio una dirección clara de parte de Jesucristo, que se aplica a cada uno de nosotros, sin importar cuál sea nuestra misión.
Primero, este Evangelio nos enseña a confiar en que “la cosecha es mucha”, a orar por obreros que la llevan a dar fruto, y luego a hacer nuestra parte. Por más oscuro que parezca el mundo, Jesús no envía a sus trabajadores a un desierto estéril. El mundo, creado bueno por nuestro Dios, está preparado para ser abonado, cultivado y llevado a casa. Debemos pedirle a Dios que envíe a las personas adecuadas para esta labor. Fijémonos también en que Jesús les dice a quienes envía que oren por obreros. Por tanto, la invitación a orar por trabajadores no significa que nosotros quedamos exentos de participar en la cosecha. Al orar para que crezca el Reino, podemos cooperar con Dios al convertirnos nosotros mismos en obreros de su mies.
Segundo, Jesús les dice a los setenta y dos que sacudan el polvo de sus pies ante quienes no los reciban. Estas palabras no son una invitación al resentimiento ni a la venganza, sino un recordatorio para todos nosotros de que no debemos permitir que la dureza de corazón de los demás nos detenga en nuestra misión. Cristo nos promete Su paz, y no debemos permitir que el desánimo o el fracaso nos la roben.
Tercero: “…no se alegren de que los demonios se les someten. Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo.” Podemos escuchar estas palabras como si fueran dichas directamente a nosotros. Aunque deseemos claridad o señales milagrosas, Jesús nos recuerda que esos dones no son el centro. El corazón de nuestra fe, y por tanto el corazón de nuestra misión, es unirnos a Cristo, crucificado y resucitado, y al Padre que está en el Cielo. Como dice san Pablo en la segunda lectura: “No permita Dios que yo me gloríe en algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo.”
Si ponemos como prioridad la edificación del Reino de Dios a través de nuestra oración y nuestra vida cotidiana, podemos tener la certeza de que estamos haciendo lo que Dios nos pide, y confiar en que Él hará que demos fruto.
Por favor tengan la certeza de mis oraciones por ustedes frente a Nuestro Señor, presente en el Santísimo Sacramento del Altar.
+ Obispo Schlert