Segunda Lectura
1 Corintios 11, 23-26
Hermanos: Yo recibí del Señor lo mismo que les he transmitido: Que el Señor Jesús, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan en sus manos, y pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”.
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: “Este cáliz es la nueva alianza que se sella con mi sangre. Hagan esto en memoria mía siempre que beban de él”.
Por eso, cada vez que ustedes comen de este pan y beben de este cáliz, proclaman la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Evangelio
Lucas 9, 11-17
En aquel tiempo, Jesús habló del Reino de Dios a la multitud y curó a los enfermos.
Cuando caía la tarde, los doce apóstoles se acercaron a decirle: “Despide a la gente para que vayan a los pueblos y caseríos a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar solitario”. Él les contestó: “Denles ustedes de comer”. Pero ellos le replicaron: “No tenemos más que cinco panes y dos pescados; a no ser que vayamos nosotros mismos a comprar víveres para toda esta gente”. Eran como cinco mil varones.
Entonces Jesús dijo a sus discípulos: “Hagan que se sienten en grupos como de cincuenta”. Así lo hicieron, y todos se sentaron. Después Jesús tomó en sus manos los cinco panes y los dos pescados, y levantando su mirada al cielo, pronunció sobre ellos una oración de acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos para que ellos los distribuyeran entre la gente.
Comieron todos y se saciaron, y de lo que sobró se llenaron doce canastos.
Reflexión
En esta Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, también conocida como Corpus Christi, reflexionamos sobre el don milagroso del Cuerpo de Jesús entregado por nosotros, tanto en la Cruz como en la Sagrada Eucaristía.
En nuestra segunda lectura, tomada de la primera carta a los Corintios, San Pablo describe la Institución de la Sagrada Eucaristía por parte de Jesús, y concluye con una frase que es la base del “Misterio de la fe” que proclamamos en cada Misa: “Por eso, cada vez que ustedes comen de este pan y beben de este cáliz, proclaman la muerte del Señor, hasta que vuelva”. Estas palabras señalan una verdad profunda: celebrar la Sagrada Eucaristía “en memoria” de Cristo no es simplemente una representación simbólica de Su entrega. En realidad, hace presente de nuevo Su sacrificio, tanto el de la Última Cena como el de la Cruz. Cada vez que recibimos la Sagrada Eucaristía, entramos en la muerte y resurrección de Jesús, proclamándola y participando en ella. Cristo entero—Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad—está contenido en una sola partícula de la Sagrada Hostia, incluso si no tenemos la oportunidad de beber también de la Sangre Preciosa. En cada Misa, acogemos este don único y eterno de Su Cuerpo y Su vida entregados por nosotros, y este sacrificio es nuestro camino hacia la eternidad hasta que Jesucristo vuelva. La Sagrada Eucaristía es nuestra oportunidad de unión suprema con Cristo, nuestros cuerpos unidos al Suyo, entregado para que tengamos vida, y la tengamos en abundancia.
Nuestra segunda lectura nos prepara para leer el Evangelio con una mirada Eucarística, y podemos ver reflejados varios de los misterios profundos de la Eucaristía en la escena en la que Jesús alimenta a los cinco mil. El deseo de Cristo de unirse con su pueblo se hace evidente en el simple hecho de que no quiere despedir a la multitud para que consigan alimento por su cuenta. Prefiere ofrecer todo lo que su grupo tiene, para que el pueblo pueda permanecer con Él. Parte el pan, lo bendice, y da a su pueblo el alimento que necesita. De manera similar, Jesús se ofrece completamente a nosotros en la Sagrada Comunión. Lo ha entregado todo, y en cada Misa este don infinito se hace presente nuevamente, para que podamos permanecer con Él de manera aún más íntima que aquellos cinco mil.
También vemos la abundancia de la gracia que Jesús derrama en la Sagrada Eucaristía al leer el Evangelio de hoy. Quedaron doce canastos llenos después del milagro. Nuestro Dios no da con medida, ni ofrece apenas lo necesario. Una sola Hostia podría llenarnos hasta desbordar de amor y gracia, si tan solo abrimos el corazón a lo que Dios quiere darnos.
En esta Fiesta, te invito a contemplar el milagro de la Sagrada Eucaristía y la profunda oportunidad que tenemos de gustar un anticipo del Cielo, es decir, la unión con el Señor infinitamente amoroso, en cada Misa. En la Eucaristía entramos en la victoria de Cristo sobre la muerte, y así vislumbramos la vida eterna que Él nos ha ganado.
Por favor tengan la certeza de mis oraciones por ustedes frente a Nuestro Señor, presente en el Santísimo Sacramento del Altar.
+ Obispo Schlert