Segunda Lectura
Apocalipsis 7, 9. 14b-17
Yo, Juan, vi una muchedumbre tan grande, que nadie podía contarla. Eran individuos de todas las naciones y razas, de todos los pueblos y lenguas. Todos estaban de pie, delante del trono y del Cordero; iban vestidos con una túnica blanca y llevaban palmas en las manos.
Uno de los ancianos que estaban junto al trono, me dijo: "Éstos son los que han pasado por la gran persecución y han lavado y blanqueado su túnica con la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios y le sirven día y noche en su templo, y el que está sentado en el trono los protegerá continuamente.
Ya no sufrirán hambre ni sed,
no los quemará el sol ni los agobiará el calor.
Porque el Cordero, que está en el trono, será su pastor
y los conducirá a las fuentes del agua de la vida
y Dios enjugará de sus ojos toda lágrima".
Evangelio
Juan 10, 27-30
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: "Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano. Me las ha dado mi Padre, y él es superior a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. El Padre y yo somos uno".
Reflexión
Aunque el Evangelio de hoy tiene solo cuatro versículos, este breve pasaje transmite un mensaje reconfortante y lleno de matices. Jesús asume el papel de Pastor, diciendo que conoce a sus ovejas y les promete la vida eterna. “Nadie las arrebatará de mi mano", dice. Qué consuelo nos ofrecen estas palabras a nosotros, que a veces sentimos que el mundo es hostil hacia lo que somos y en lo que creemos. El Padre, que nos ha entregado a Jesús, es más grande que cualquier enemigo, insulto o incluso nuestros propios errores. Cuando estamos en el redil de Jesús, estamos verdaderamente seguros.
La segunda lectura, del libro del Apocalipsis, describe a las multitudes en el cielo adorando al Señor día y noche, porque Él los protege y los pastorea, y “enjugará de sus ojos toda lágrima.” Dios nos ofrece este destino dichoso a nosotros también.
Notemos que Jesús dice que sus ovejas lo siguen. En efecto, para ser partícipes de estas maravillosas promesas, debemos humillarnos, comparándonos con ovejas, y seguir al Pastor. La segunda lectura también nos dice que estas multitudes han lavado sus túnicas “en la sangre del Cordero.” Debemos abrazar y entrar en el sacrificio de amor desinteresado de Cristo. Jesús, incluso en el Evangelio de hoy, no se aferra al poder ni al estatus, sino que derrama Su amor con humildad. Atribuye toda grandeza a Su Padre, y dice que es Su unidad con el Padre la que le da la capacidad de sostenernos para siempre. Si nosotros también reconocemos que nuestros dones vienen de lo alto, podremos dejarnos sostener por nuestro Salvador sin que el orgullo se interponga.
Acompáñame también a dar gracias al Padre por habernos dado un Pastor en Su amado Hijo, Jesús, y por habernos concedido un nuevo papa, el Papa León XIV. Que permanezcamos en la serena certeza de que Él nos sostiene—a nosotros y a Su Iglesia—en la palma de Su mano.
Por favor tengan la certeza de mis oraciones por ustedes frente a Nuestro Señor, presente en el Santísimo Sacramento del Altar.
+ Obispo Schlert