Primera Lectura
Malaquías 3, 1-4
Esto dice el Señor: “He aquí que yo envío a mi mensajero. Él preparará el camino delante de mí. De improviso entrará en el santuario el Señor, a quien ustedes buscan, el mensajero de la alianza a quien ustedes desean. Miren: Ya va entrando, dice el Señor de los ejércitos.
¿Quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién quedará en pie cuando aparezca? Será como fuego de fundición, como la lejía de los lavanderos. Se sentará como un fundidor que refina la plata; como a la plata y al oro, refinará a los hijos de Leví y así podrán ellos ofrecer, como es debido, las ofrendas al Señor. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos’’.
Evangelio
Lucas 2, 22-40
Transcurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones.
Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor. Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo:
“Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo,
según lo que me habías prometido,
porque mis ojos han visto a tu Salvador,
al que has preparado para bien de todos los pueblos;
luz que alumbra a las naciones
y gloria de tu pueblo, Israel”.
El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras. Simeón los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: “Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma”.
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años casada, y tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Ana se acercó en aquel momento, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel.
Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él.
Reflexión
En la fiesta de hoy de la Presentación del Señor, honramos la fidelidad de Dios y Su humilde amor, mientras tratamos de recordar que Cristo es nuestra plenitud y paz.
Para salvarnos de nuestros pecados y cumplir Sus promesas, nuestro Dios Todopoderoso descendió a la más absoluta ordinariedad. Jesús y Su familia siguieron la ley como todos los demás: esperando los días de purificación, haciendo ofrendas en el Templo, y Jesús sometiéndose a la circuncisión. Lucas también alude a la pobreza de la Sagrada Familia al mencionar que su ofrenda consistió en dos tórtolas. Según el libro de Levítico, las parejas debían ofrecer un cordero como sacrificio, pero se permitían las tórtolas si no tenían los medios para comprar un cordero. Estos detalles muestran que Dios no solo eligió asumir las regulaciones cotidianas del hombre, sino también la pobreza y humildad de la humanidad.
Dios, el Hijo, renunció a Su gloria celestial—renunció a todo, incluso a Su propio ser en la Cruz—para darnos todo. La historia de la Presentación en el Templo demuestra esta verdad. Simeón siente que ver a Cristo es todo lo que necesitará en esta vida. Reconoce que Dios ha cumplido Su promesa de que “no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor.” Simeón declara que ahora no solo está libre para morir, sino para morir en paz y alegría por haber sostenido la "luz que alumbra a las naciones” y la "gloria de tu pueblo, Israel" en sus brazos.
Toda la Iglesia comparte esta reacción de Simeón. Todos los sacerdotes y religiosos, y muchas personas laicas, rezan la “Liturgia de las Horas” todos los días. Esta antigua práctica de oración marca la mañana, la tarde y la noche con himnos, lecturas bíblicas, salmos y otras oraciones. Durante la parte de la Oración Nocturna, recitamos este cántico de Simeón. Cada noche, miembros de nuestra Iglesia en todo el mundo declaramos que podemos “ir en paz” porque hemos visto la salvación de Dios. El pueblo de Dios reconoce que Nuestro Señor, de fidelidad y amor entregado, es nuestra plenitud y salvación.
En esta fiesta, renovamos nuestro reconocimiento del don de Dios. Recordemos que, con las oportunidades de encontrarnos con Cristo a través de los Sacramentos, tenemos todo lo que necesitamos para concluir cada día—y toda nuestra vida—en paz. Hoy también celebramos el Día Mundial de la Vida Consagrada, y les invito a rezar por todos los sacerdotes y religiosos, y a unirse a ellos repitiendo las palabras de Simeón. Demos gracias a Dios por el don de Sí mismo.
Por favor tengan la certeza de mis oraciones por ustedes frente a Nuestro Señor, presente en el Santísimo Sacramento del Altar.
+ Obispo Schlert