Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Les deseo un muy bendecido y alegre Domingo de Pascua, y ruego para que esta temporada pascual los llene de entusiasmo por el Evangelio y gratitud hacia Nuestro Señor Resucitado.
La Pascua nos recuerda el don de nuestro Bautismo—ya sea que lo hayamos recibido de niños o anoche mismo en la Vigilia Pascual. Como leemos en la carta de San Pablo a los Romanos, el Bautismo nos incorpora a la Muerte de Cristo: “sabemos que nuestro hombre viejo fue crucificado con Cristo…a fin de que ya no sirvamos al pecado.” Así como morimos con Él, dice Pablo, también resucitamos con Él a una nueva vida en Dios. Nuestro Bautismo nos introduce en la vida invencible de Cristo.
Así que, al reflexionar hoy sobre el sepulcro vacío, los ángeles con vestiduras deslumbrantes y Cristo victorioso sobre todo mal, nos alegramos de que esta historia milagrosa sea nuestra historia. Gracias al sacrificio total de Dios por nosotros, sabemos que nada puede prevalecer en nuestra contra.
En esta fiesta suprema, sepan que Nuestro Señor puede sacar bien de cualquier cosa, incluso del sufrimiento más profundo. Así como Su propia muerte fue transformada en nuestra salvación, Él puede utilizar las cruces que tú y yo cargamos para dar vida. Les aseguro mis oraciones por ustedes y sus seres queridos, y recuerden que la oscuridad nunca tendrá la última palabra. Cristo, Nuestra Luz, la ha vencido de una vez por todas.
¡Alabemos al Señor Victorioso, amén, aleluya!
+ Obispo Schlert